domingo, 18 de marzo de 2012

LA TARDE


Hoy la tarde trajo consigo una carga de recuerdos, llegaron sin invitación alguna, no respetaron los pórticos de la prudencia ni la intimidad de lo propio, simplemente llegaron, ocupando las poltronas del ayer y dejaron lucir sus mejores atuendos, así trabaja la memoria cuando de hacerles jugadas a la vida se trata.
Los recuerdos son vivencias atascadas en el tiempo, cubiertas de la niebla indómita de la imprudencia, a veces soslaya de tal manera unos que los aparta de los vertederos vivenciales y otros los presenta  de manera atropellanté y por lo demás abusivos, pero esa es la memoria individual que subyace en el yo interior que cubre con manta su rostro ante la vergüenza o el ego que significan esos recuerdos presentes en el gran salón de la audiencia. Ellos escogen cualquier resquicio donde se dejan colar cual la luz del alba, y traen consigo entonces el agitar de unos mares que daban la sensación de una quietud sublime, cuando en realidad aguardaban las bocanadas de lo indómito, y de un horizonte placido, cuyo espejismo resaltaba el beso del cielo y el mar, se convierte en un tsunami de proporciones cósmicas y trasladan a ese humilde portador de buenas y malos augurios, en un ser expuesto a repetir una y otra vez lo vivido en el ayer.
 
Las vivencias archivadas en los recovecos del tiempo, experimentan un alisamiento aterciopelado y cuan piloto con experiencia genera un aterrizaje sereno que hace imperceptible el pisar tierra, de esa manera discurren por nuestras dimensiones vitales aquellos humores que en su momento colmaron nuestras vidas, es pues, repetir hasta el infinito la cita con los ángeles y el coqueteo con el pecado.
Esas tardes, portadoras de quietudes y esperanzas, se convierten por el arte de la imprudencia de los recuerdos, en portadoras de añoranzas y de ensueños con la fuerza suficiente de hacerte vivir UNA VEZ MÁS, LAS VIDAS YA VIVIDAS, del mismo modo, tienen el poder suficiente para detener el tiempo mientras los recuerdos consumen el aquí y el ahora.
 
Cuando los recuerdos, alistan con el mismo desparpajo que emplearon a su llegada, pero ahora su partida, dejan colar en nuestras manos, como si fuera agua de un arrollo, en el cual solo atinamos a beber sorbos, y nos va dejando por allá en lo más intimo de nuestras inquietudes una sonrisa, más bien cómplice con la historia vivencial, pero a la postre, el desaliento expone sobre la mesa  una factura prolija de derrotas y quebrantos, y entonces apelamos nuevamente a la esperanza que ese mismo tiempo al pasar las aminore.
Juan Talavera     

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